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Su espectador, era un muchacho de pelo castaño, con rulos rebeldes hasta el cuello, piel rosada (como un "chancho", diría Fernando) y ojos verdes.
Como siempre, no estaba satisfecho con lo que veía, entonces apartó la mirada.
Después de bañarse y vestirse con bermudas, remera de mangas cortas y zapatillas (el consejo popular, era ir cómodo al examen), descendió a la planta baja de su casa y fue a la cocina.
Lo recibió su madre, una mujer de más de 40 años, pero con el espíritu de una adolescente. Estatura media y sonrisa sincera.

- ¡Buen día hijo! ¿Cómo estás?
- Hola ma. Bien...
- Te hice el desayuno... ¿Nervioso?
- ¿Yo? Para nada. Yo ya soy un excelente Incinerador, lo que falta es papeleo.
- Más que incinerador... Quematodo diría yo. - dijo entre risas.
- ¡Mamá! - replicó Tadeo indignado.
- Sólo no te confíes. La prueba final no es joda.
- Ya se, lo aprendí de Fer.
- Que no te escuche... Dale, comé.

Tadeo se sirvió jugo y comió las tostadas. Miró el reloj, 10:15. El examen no era hasta las 11:00; pero no quería seguir en su casa.

- Chau ma, me voy ya, quiero llegar temprano.
- Suerte hijo ¡Vos podés!
- Después nos vemos...

Salió de su casa, e inmediatamente lo golpeó en la cabeza un cubo de hielo del tamaño de una pelota de tenis, que luego de golpearlo, se derritió completamente y lo empapó.

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